História: El último discurso del alcalde

Idioma Espanhol – Uma história para quem está aprendendo espanhol e fala português do Brasil
Nível C1 (5 de 6) – Avançado (Fluente) O que é isso?

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Una gran multitud de ciudadanos preocupados se había reunido para escuchar el discurso del alcalde.

“Hace tres años, me honrasteis con vuestro voto”, dijo. “Pero os he fallado. El pueblo se ha quedado sin dinero”.

“¿A dónde ha ido a parar?”, gritó el carnicero.

“¿Recordáis el festival de la cerveza?”, dijo el alcalde.

El año pasado, el pueblo había votado a favor de celebrar un extravagante festival de la cerveza. Durante su campaña, el alcalde había asegurado que impulsaría la economía local. Se instalaron cientos de carpas con iluminación, fontanería y decoración rústica. Miles de personas vinieron a la fiesta durante dos semanas.

“Aún seguimos limpiando el desastre”, explicó el alcalde. “Guardamos las carpas en el sótano del museo, pero ahora están llenas de moho… y el sótano también”.

“Bueno, ¿cuál es tu plan?”, preguntó alguien.

“Me he quedado sin ideas”, admitió el alcalde. “Por eso voy a dimitir y marcharme del pueblo… avergonzado”. Se secó una lágrima con la corbata.

La multitud murmuró preocupada.

“¡No digas eso!”, dijo una mujer vestida de rosa. “Has hecho lo que has podido. No tienes por qué abandonarnos”.

“Sí, debo hacerlo”, dijo el alcalde tristemente. “¿Cómo podría vivir entre vosotros sabiendo que os he fallado? Ya tengo las maletas hechas. No quiero líos. Mi tren sale en dos horas”.

“¡Espera! ¡Todavía podemos salvar el pueblo! ¡Podemos abrir la cámara acorazada de los Bellocampo!”

Durante generaciones, los Bellocampo habían sido la familia más rica del pueblo. Cuando murió la última Bellocampo, dejó instrucciones para que la cámara familiar permaneciera cerrada durante cien años. Pasado ese tiempo, el contenido pasaría a ser propiedad del pueblo. Estaba previsto abrirla el año siguiente.

“¡Pero… no!”, exclamó el alcalde. “Los Bellocampo fueron generosos con este pueblo. Construyeron los colegios, pavimentaron las calles y donaron a buenas causas durante toda su vida. ¡No podemos faltarle al respeto a los deseos de la señora Fairfield! Conseguiríamos su dinero, ¡pero perderíamos nuestra dignidad!”

“¿Has dicho ‘dinero’?”, gritó alguien. “¡Vamos allá!”

La multitud corrió hacia la antigua mansión donde habían vivido los Bellocampo. Derribaron las puertas e irrumpieron en el interior. Pronto encontraron las escaleras que conducían bajo tierra, a una pesada puerta metálica.

“¡Apartáos!”, gritó el alcalde. Se abrió paso hasta llegar al frente. “Si insistís en seguir adelante, seré yo quien abra la puerta. Así ninguno de vosotros se sentirá culpable. Asumiré toda la responsabilidad. Permitidme hacerlo por vosotros antes de marcharme”.

Se oyó un murmullo de agradecimiento. La mujer de rosa se llevó la mano al corazón.

El alcalde giró la enorme manivela. Se escuchó el ruido de engranajes, seguido de un fuerte crujido. El alcalde abrió la puerta con esfuerzo y todos entraron rápidamente.

La gente iluminó con linternas la sala de piedra. Había numerosos retratos en las paredes. En el centro había un pedestal de piedra. Por lo demás, la sala estaba vacía.

“¡Hay una inscripción!”, dijo el alcalde entusiasmado. Alguien dirigió su linterna hacia el pedestal y el alcalde leyó en voz alta: “Las personas de estos retratos son mi familia y amigos. Tuve una gran fortuna, pero no hubo nada más valioso para mí que ellos. Eran personas tal y como vosotros. Recordad: mientras tengáis cerca a las personas que amáis, seréis más ricos que un rey o una reina”.

“Entonces… el verdadero tesoro era…”, dijo lentamente el carnicero.

“¡Oh, cállate!”, dijo la mujer de rosa. “¡Esa vieja inútil y rica! ¿Nos hizo esperar un siglo para esta cursilada?”

La multitud se dispersó, enfadada, decepcionada y sedienta. Muchos de ellos ya estaban pensando en el próximo festival de la cerveza.

Después de que todos se hubieron marchado, el alcalde suspiró y volvió a cerrar la puerta con llave. Sacó su teléfono y llamó a su socio.

“¡El pedestal que hiciste ha sido totalmente convincente!”, dijo. “No, nadie se ha dado cuenta de que la puerta ya había sido abierta antes. Pero ya lo hablamos luego con una cerveza, ¿vale? Ahora tengo que coger un tren”.